No hay quien entienda cómo a las siete y media de la mañana se puede ir en el autobús con una sonrisa de oreja a oreja, así que le pregunté: «¿Y usted por qué sonríe tanto?». «Nada, que soy feliz», respondió exagerando aún mas la cara de satisfacción.
Semejante contestación no atendía a ninguna lógica, así que seguí interrogando: «¿Pero usted se ha fijado cómo vamos, que no se puede ni respirar?». «Huy, pues a mí me encanta el calorcito humano. Me transmite energía». Definitivamente me estaba poniendo de los nervios, pero, por si acaso, seguí en mis trece: «¿Y qué, al trabajo; en algún circo o así?», le dije. «Qué va, si estoy en el paro». Aquello ya era la debacle.
«¿Y encima madruga?», añadí. «Pues hoy me he dormido. Suelo estar en pie para asistir al espectáculo irrepetible y mágico del amanecer». Estaba a punto de infarto cuando dos hombres con bata blanca asieron de ambos brazos al hombrecillo y se lo llevaron. Menos mal.
Semejante contestación no atendía a ninguna lógica, así que seguí interrogando: «¿Pero usted se ha fijado cómo vamos, que no se puede ni respirar?». «Huy, pues a mí me encanta el calorcito humano. Me transmite energía». Definitivamente me estaba poniendo de los nervios, pero, por si acaso, seguí en mis trece: «¿Y qué, al trabajo; en algún circo o así?», le dije. «Qué va, si estoy en el paro». Aquello ya era la debacle.
«¿Y encima madruga?», añadí. «Pues hoy me he dormido. Suelo estar en pie para asistir al espectáculo irrepetible y mágico del amanecer». Estaba a punto de infarto cuando dos hombres con bata blanca asieron de ambos brazos al hombrecillo y se lo llevaron. Menos mal.
Aquí no hay vaso ni medio lleno ni medio vacio.
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