Coincidiendo con el día mudial del agua celebrado antesdeayer, cuenta M. Sandoval, que el pensador Thales de Mileto dio a luz el primer pensamiento científico, atribuyendo por primera vez la formación del mundo a algo que no tenía nada que ver con la mitología o lo trasterrenal. Para él, el mundo que nos rodeaba podía medirse según la proporción de un solo elemento: el agua. Para la mente moderna, obsesionada con la materia, durante siglos la visión de este antiguo griego fue más razón de mofa o duda que de otra cosa. Pero quizás hoy, observando las guerras del agua, la amenaza de la desertización y la comprobación de que el líquido elemento, base de la vida que conocemos, existió en Marte, el planteamiento de medir todo según su cantidad de agua ya no nos suena a chiste.
De toda el agua que existe en la Tierra, sólo un 3% es apto para el consumo, pero hay que tener en cuenta que dos tercios de ésta andan congelados en glaciares y zonas polares. El agua envasada es de hecho uno de los negocios más boyantes del momento. Una necesidad que, al igual que en otros muchos mercados, se tiñe de moda. Las cartas de aguas empiezan a marcar la diferencia de estilo en muchos restaurantes, y pronto, como sucede en Nueva York o Londres, proliferarán los bares temáticos. Las aguas chic, como la noruega Voss –con una botella diseñada por Calvin Klein– o la irlandesa Mash, se venden a cinco euros la botella de cuarto de litro y constituyen todo un ejemplo de cómo el patrimonio planetario de los glaciares y los manantiales puede convertirse en víctima del marketing. La de la marca Cape Grim, envasada en Tasmania, asegura contener el agua extraída durante las tomentas del Ártico y se exporta a siete establecimientos en todo el mundo. Quizás Luis Aguilé, deberá cambiar el título de su famosa “Camarero Champán!”
Mientras nuestra civilización se seca con el cambio climático, la empresa californiana Air2Water ha encontrado una nueva mina oculta: el agua de la atmósfera. Sus potentes máquinas son capaces de extraer por condensación el agua que no vemos, avalada por una pureza que no conoce el cloro, el flúor u otros elementos contaminantes. Agua bendita que pertenece a todos, pero que, como sucede siempre, comienza a tener dueño y a medir la venganza de Thales de Mileto.
De toda el agua que existe en la Tierra, sólo un 3% es apto para el consumo, pero hay que tener en cuenta que dos tercios de ésta andan congelados en glaciares y zonas polares. El agua envasada es de hecho uno de los negocios más boyantes del momento. Una necesidad que, al igual que en otros muchos mercados, se tiñe de moda. Las cartas de aguas empiezan a marcar la diferencia de estilo en muchos restaurantes, y pronto, como sucede en Nueva York o Londres, proliferarán los bares temáticos. Las aguas chic, como la noruega Voss –con una botella diseñada por Calvin Klein– o la irlandesa Mash, se venden a cinco euros la botella de cuarto de litro y constituyen todo un ejemplo de cómo el patrimonio planetario de los glaciares y los manantiales puede convertirse en víctima del marketing. La de la marca Cape Grim, envasada en Tasmania, asegura contener el agua extraída durante las tomentas del Ártico y se exporta a siete establecimientos en todo el mundo. Quizás Luis Aguilé, deberá cambiar el título de su famosa “Camarero Champán!”
Mientras nuestra civilización se seca con el cambio climático, la empresa californiana Air2Water ha encontrado una nueva mina oculta: el agua de la atmósfera. Sus potentes máquinas son capaces de extraer por condensación el agua que no vemos, avalada por una pureza que no conoce el cloro, el flúor u otros elementos contaminantes. Agua bendita que pertenece a todos, pero que, como sucede siempre, comienza a tener dueño y a medir la venganza de Thales de Mileto.
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