Las parejas que no se entienden, se separan. Los padres y los hijos que no se entienden, se distancian. Los trabajadores que no entienden al jefe se buscan otro trabajo. Los empresarios que no entienden a sus clientes acaban arruinados. Los políticos que no entienden a los ciudadanos pierden las elecciones. Y los pastores que no entienden a sus ovejas, se quedan sin rebaño.
Cuando falla la esencia del entendimiento, que es la disposición para transmitir a otros nuestra energía y a la vez recibir la suya, sólo queda espacio para el aislamiento, ese moho en el que germina el orgullo sin causa, la tristeza y a veces incluso el odio.
Hay puertas que se nos cierran porque no sabemos abrirlas. Queremos tener la llave maestra olvidando que ésta lo es porque se adapta a los vericuetos únicos de cada cerradura. Entenderse para construir es la gloriosa capacidad de compartir inteligencia.
Pasa por saber razonar, escuchar y, cuando procede, aceptar y asumir, partiendo siempre de una premisa: en la báscula del entendimiento, jamás el peso de la razón estuvo exclusivamente situado en uno de los dos platos.