vendredi 12 mars 2010

LLegó tu hoja roja del camino.


Ahora tu sombra se diluye en el atardecer de la memoria. Tus pasos sosegados ultiman la larga jornada de la vida, vida que derrochaste en tus campos de Castilla. Pero nos dejas lecciones de historia, de naturaleza y sobre todo, lecciones humanas.

Viste crecer al Mochuelo y al Nini; saliste al campo con Lorenzo el cazador; sentiste de cerca el pálpito vital del viejo Eloy, del señor Cayo, de Pacífico Pérez, de Gervasio García de la Lastra… Hasta que te encontraste el paquete de tabaco con tu propia hoja roja. Entonces terminaste el hereje, el libro que le debías a tu ciudad de Valladolid. Pero tus personajes te siguieron acompañando siempre.

«Ellos eran los que evolucionaban y, sin embargo, el que cumplía años era yo. Hasta que un buen día, al levantar los ojos de las cuartillas y mirarme al espejo me di cuenta de que era un viejo. Al palpar la cercanía de la muerte, vuelves los ojos a tu interior y no encuentras más que banalidad, porque los vivos, comparados con los muertos, resultamos insoportablemente banales»

Hace mucho tiempo te vi pasear por el Campo Grande, solemne, con tu siempre gorra calada y quise haberte dado un abrazo y agradecerte los buenos ratos que pasé con tus buenos relatos. Ahora lo hago mentalmente.

Adiós amigo Miguel. Gracias.

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